¿QUIÉN ERES TU, OH DIOS, Y QUIÉN SOY YO?
Es la pregunta que se hacía, aquellos tiempos, San Francisco; y le llevaba a un sentimiento de humildad y agradecimiento. Sí, desde estos sentimientos, necesitamos sentirnos reconciliados al contemplar la plenitud y fidelidad de Dios y la pobreza y pequeñez de nuestras personas. Nuestros horizontes se empequeñecen, se debilitan y se destruyen, cuando nos quedamos en la soledad de cada uno de nosotros mismos. Necesitamos reconciliarnos para sentirnos y vivir como hijos amados; ya hemos abierto una puerta a la plenitud; experimentamos el sello indeleble de nuestro pecado e inconstancia; y Dios, con su presencia, sigue abriéndonos esa puerta por la que nos sentimos pecadores perdonados. Sentimos el mordisco de nuestra debilidad, tanto del alma como del cuerpo; y Dios sigue abrazándonos y dándonos la salvación tanto del alma como del cuerpo. Nos pesa el camino. ¿QUIÉN NO SE HA SENTADO EN UNA PIEDRA DE SU CAMINO, CANSADO DE NUESTRA SOLEDAD ANTE LAS TEMIBLES CUESTAS A...
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